Por: Dixon Acosta Medellín
"El oficio del bibliotecario, bien del que estudia bibliotecología o el que se consagra empíricamente en el manejo de volúmenes gordos o esmirriados folletos, distribuidos por orden alfabético o de estatura entre los estantes, resulta ser una labor peligrosa, página por página.
Hay pruebas fehacientes de ello, desde los mártires que debieron morir junto a miles de pergaminos durante las destrucciones sucesivas de la Biblioteca de Alejandría, pasando por el veneno emanado por folios prohibidos en monasterios enigmáticos, como los descritos por Umberto Eco en “El nombre de la Rosa”, para no rememorar los detalles de la pérdida de los códices mayas, incinerados por el fuego de la pecaminosa Intolerancia religiosa.
Más reciente, el manejo de los libros debe ser cuidadoso, con guantes y tapabocas especiales, una portada en tapa dura puede ser la fachada de un artefacto explosivo o el estuche de una bacteria mortal; no se descarta que los viejos textos guarden algún polvillo, esencia de tiempos idos, nicho cálido de enfermedades legendarias. Cuántos bibliotecarios habrán caído asesinados, víctimas no sólo de fanáticos, sino de coleccionistas enloquecidos de incunables?
La peligrosidad de las bibliotecas lo evidencian todas las muertes registradas bajo anaqueles pesados, luego de terremotos y otros desastres naturales. Durante los conflictos entre humanos, las bibliotecas suelen ser un objetivo militar, los libros adquieren enemigos gratuitos en todos los bandos en disputa, ni déspotas ni algunos revolucionarios suelen estimar los sitios en donde reposan los libros, saben que allí siempre reposan ideas contrarias en germen, incubando las justificaciones de su futura destrucción. El libro es materia inflamable, pues está compuesto de papel y de varios combustibles: razones, sentimientos, intereses, muchas mentiras y una que otra verdad.
No es extraño, entonces, que Ray Bradbury, ese poeta del futuro, imaginara en la novela “Fahrenheit 451” una sociedad gobernada por un régimen empeñado en quemar los libros, algo que no es novedad si recordamos episodios nefastos como la Santa Inquisición, el Ku Klux Klan, el nazismo, el estalinismo y otros perversos ismos. Uno de los más tristes efectos del pasado conflicto en Irak, fue el pillaje y destrucción de las bibliotecas de Bagdad y Basora, no puede olvidarse que la primera biblioteca se inauguró en Nínive, a orillas del río Tigris. Imagino los personajes de “Las mil y una noches”, volando en una alfombra mágica perseguidos por un misil balístico inteligente. Ahora será que los drones siguen el vuelo de los libros desplegados al viento?
Los bibliotecarios y bibliotecólogos son profesionales de alto riesgo, comparables con aquellos valientes que desactivan explosivos, equilibristas sin red de protección, taxistas nocturnos, electricistas de alta tensión, dobles de actores famosos, limpiadores de ventanas de rascacielos, bufones de tiranos y los poetas, suicidas en potencia.
Ahora bien este potencial peligro no obsta para experimentar maravillosos momentos como los que he pasado en bibliotecas como la Nacional, la Luis Ángel Arango o Virgilio Barco de Bogotá. Que las bibliotecas sigan subsistiendo con sus habitantes de papel y no como la de la caricatura del inicio que imagina una biblioteca del siglo XXI. Que ojalá los más jóvenes, deseen convertirse en vecinos del barrio de los libros. El único riesgo para los lectores, es que un día amanezcan convertidos no en cucarachas, sino en ratones…de biblioteca, por supuesto."