Calvin y Hobbes: el placer de otra infancia
Calvin & Hobbes comenzó a publicarse en los diarios norteamericanos en noviembre de 1985. Diez años después, en diciembre de 1995, vería la luz la última entrega de la serie. En ese tiempo, Bill Watterson recogió la tradición de la tira diaria y la remozó, le inyectó nueva vida, la actualizó y la convirtió en algo contemporáneo y dinámico. Hizo justicia a sus influencias: el Schulz de Peanuts, el Herriman de Krazy Kat y el Kelly de Pogo;los igualó y, en alguna medida, incluso llegó a superarlos. Ingresó en el olimpo del medio y luchó para que las historietas se publicaran en los periódicos con el respeto que antaño se ganaron. Y todo lo hizo partiendo de una premisa sencilla: la cotidiana locura de un niño de seis años y su amigo inseparable, un tigre de peluche, en un entorno atemporal y, en apariencia, bucólico. Todo lo hizo como siempre se ha hecho: tinta, papel, talento y fantasía.
A diario
El secreto del formato está en su periodicidad: cada día, cada mañana, el lector encuentra su tira en el periódico. Cada día los personajes viven su minúscula peripecia, avanzan en su aventura, crecen. Es un encuentro esperado, un compromiso con el lector. Forma parte de su cotidianidad, se convierte en algo casi automático, como mirar el correo. Pero es un compromiso difícil, exige sacrificio, trabajo, entrega. Cuando los elementos encajan, cuando el artista juega todas sus cartas y el producto está vivo, no hay nada que lo iguale. Lo triste es que la tira de prensa es, cada vez más, un artefacto prefabricado, mero apéndice de una industria que vende muñecos derivados, adaptaciones animadas, cromos, camisetas, llaveros, pegatinas... De esa faceta industrial huyó siempre Bill Watterson, a pesar de las presiones de sus editores. Consideró que toda esa mercadería desvirtuaría a sus personajes. Su interés se centraba en su trabajo, en dar lo mejor de sí mismo en cada etapa del mismo: guión, dibujo, rotulado... Incluso consiguió más espacio en la página dominical, una vez tuvo éxito suficiente para forzar una negociación: quería libertad para experimentar con los formatos, con los ritmos, con el color.
A diario, y durante diez años, Calvin & Hobbes, el niño y su mascota imposible, corrieron incontables aventuras en el patio trasero de su casa, en el bosque cercano, en el dormitorio y en la cocina... y en los más lejanos rincones del cosmos, en los planetas más salvajes, en las selvas jurásicas, en el Tokio de las películas de Godzilla... Durante diez años, y cada día, Calvin se levantó para ir a clase como un condenado a galeras, o vigiló a los monstruos de debajo de la cama antes de ir a dormir, o experimentó insólitas transformaciones físicas, o aguardó con impaciencia a que nevara, o corrió en un alocado juego cuyas reglas sólo él y su eterno compañero Hobbes podían entender, porque a cada paso las cambiaban. Cada día, durante diez años, Watterson dio lo mejor de sí mismo para crear una serie que fuera reflejo fiel de una tradición rica en obras maestras, y que fuera, a la vez, algo nuevo y dinámico, algo que sedujera al público, algo que perdurase. Sin duda, lo consiguió.
2 comentarios:
Carolina: Es indudable que el cómic es una herramienta positiva en el fomento lector, principalmente para los más pequeños.
Gracias por tu positivos comentarios en mi blog, espero que siempre nos estemos retroalimentando en favor de nuestros usuarios.
Cariños. Patricia.
Calvin & Hobbes son de lo más divertido que he leído nunca, me encanta seguir las pequeñas historietas de estos locos personajes.
Genial blog que no conocía pero voy a visitar a menudo. Yo tengo uno donde hablo de Literatura Infantil y Juvenil y te invito a pasarte por allí.
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